jueves, 2 de mayo de 2013

La pasión según San Cristóbal

Si tuviéramos que escoger un lugar que represente el fervor católico del pueblo peruano en esta Semana Santa, el punto elegido sería el cerro San Cristóbal. Y es que este icono limeño recibió el pasado viernes santo muestras de fe combinadas con costumbres de la costa, el ande y la amazonía.

Los fieles empezaron a llegar junto con los primeros rayos del sol. En pocas horas, el angosto trecho de pista que dirige hacia la colina ubicada a unos cuatrocientos metros sobre el nivel del mar empezó a llenarse de cientos de personas provenientes de la mayoría de distritos de la ciudad que, adelantándose a lo que ocurriría luego, cargaban su propia cruz para llegar hasta la cima y elevar sus plegarias al todopoderoso.

El calor aumentaba y la cantidad de visitantes también. Ambas situaciones fueron aprovechadas por los vecinos del lugar y un grupo de ambulantes para ofrecer un sin número de productos, desde chicha a cincuenta céntimos, tres litros de gaseosa por tres soles con vaso descartable incluido, vino de extraña procedencia a dos soles cincuenta, viandas de todas las regiones del país, olivos, crucifijos, hasta artículos que, según las creencias populares provincianas, dan buena suerte como ekekos* y una serie de collares y ornamentos selváticos.

El mar humano hizo que el último tramo del camino hacia la cúspide del San Cristóbal fuera intransitable. Debido a la dificultad para acceder al mirador y a la gran cruz que corona el cerro, la gente optó por trepar por las laderas ante la mirada del serenazgo** que solo atinaron a prever que no ocurra algún accidente mientras los fieles llegaban como podían su destino.

Al mediodía, en la parte más alta del cerro, se confundían, entre miembros del serenazgo, ambulantes y fotógrafos, muestras de adoración y agradecimiento a Dios. A pesar de las diferencias de credo, todos los asistentes, católicos o no, manifestaban su fe en medio de velitas de apagón e incienso.

“El vía crucis llega acá las tres o cuatro”, dijo un serenazgo ante las repetitivas preguntas de un grupo de gente que esperaba con ansias la representación del drama más sobrecogedor del mundo cristiano. Todos los que estaban en la falda del cerro, en el trayecto hacia la colina y en el mirador se preparaban para seguir la recreación de la pasión y muerte de Jesucristo.

Los encargados de la representación del vía crucis fueron los integrantes del grupo Emanuelle, encabezados por Mario Valencia. Entre cánticos y salmos partieron desde el atrio de la iglesia Santa Rosa para luego recorrer la avenida Tacna, el Jirón de la Unión, Lampa y la Plaza de Armas, antes de llegar al cerro.

A las cuatro de la tarde, Cristo y los ladrones llegaron al pie del San Cristóbal. Allí les esperaba una caminata cuesta arriba de poco más de una hora y centenares de limeños que se conmovían al verlos. La historia del Gólgota se volvió a repetir  en el cerro más popular de Lima. En cada una de las estaciones Mario encarnó el sufrimiento de Jesús tal como lo narran los evangelios. Su pesada cruz hizo que caiga más de tres veces, pero esto no fue impedimento para que llegue al calvario.

Cuando el sol declinaba, los tres condenados llegaron a la cima, Jesús fue despojado de su atuendo para ser crucificado entre los insultos de los Sumo Sacerdotes y el llanto de María y sus seguidores. “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”, mencionó el Mesías antes de exhalar su último aliento.

Al caer la tarde todo estaba consumado y Cristo pereció en la cruz del cerro San Cristóbal. La voluntad de Dios fue cumplida y todos los presentes fueron testigos de este sacrificio. El hecho más representativo del viernes santo llegaba a su fin en este lugar de la ciudad.

Se dice que la muerte de Jesús no debe ser motivo de tristeza sino de alegría, ya que este hecho significó la salvación de la humanidad. Los visitantes del cerro lo entendieron así y luego del vía crucis se armó una gran fiesta.

Cánticos de gloria se mezclaban con huaynos*** que, a su manera, también alababan al Señor. Limeños y provincianos manifestaban su amor al creador sin dejar de lado sus costumbres y creencias. Era como si todo el país estuviera reflejado en cada metro cuadrado de la cima.

No cabe duda que este cerro se ha convertido, en los últimos años, en el Gólgota oficial de la semana santa limeña, ya que hasta aquí llegan centenares de personas de diferentes lugares, condición económica, tradiciones y modos de vida para darle gracias a Dios y pedirle que su manto protector los cobije durante el año. ■
 
(Marzo 2003)

* Ekeko. equeco. (Del aim. Iqiqu, nombre del dios de la abundancia). 1. m. Perú. Amuleto de yeso o arcilla, en forma de figura humana, sonriente, con los brazos abiertos, al que se atribuye la virtud de propiciar prosperidad y abundancia.

**Serenazgo. En la lengua general, el sustantivo sereno y el adjetivo sereno, -a son de diferente origen latino. Como sustantivo, es en España el ‘vigilante nocturno que hace rondas para garantizar la seguridad de los vecinos’ y también la ‘humedad de la noche’; como adjetivo, sereno equivale a tranquilo, sosegado. Pero en el Perú y en Bolivia, el sustantivo sereno ha extendido su significado hasta designar al vigilante diurno o nocturno encargado de cooperar con los vecinos y ponerlos en relación con la policía en caso necesario. Su función se conoce, en estos países, como serenazgo.

domingo, 22 de febrero de 2009

La vida a un lado de la universidad

Empieza un día de trabajo más en la ciudad. Centenares de personas de todas las edades confluyen de los cuatro conos de nuestra heterogénea capital hacia la cuadra seis del jirón Cañete, uno de los lugares más transitados del Cercado de Lima. Ya sea en ómnibus, coaster, combi* o colectivo** – medios de transporte oficiales en la comarca delimitada por las avenidas Colmena, Tacna, Alfonso Ugarte y el jirón Moquegua – cada uno de ellos llega a su destino: la calle que de un lado tiene la puerta lateral de la Universidad Nacional Federico Villarreal y del otro una especie de mega bazar que ofrece desde artículos de primera necesidad para los estudiantes hasta los productos más singulares.

Todas las mañanas, en las dos esquinas de esta cuadra, los carnés de los universitarios y las llaves de los trabajadores del frente abren el camino hacia una nueva jornada de labores. A pesar de la separación física de ambos grupos, la simbiosis es inevitable. Mientras que los universitarios necesitan el servicio lo más temprano posible para cumplir con sus obligaciones académicas, los tipeadores, fotocopiadores y ofertantes de Internet hacen dinero sin pérdida de tiempo.

Al compás del caminar de la gente, empieza el polifónico "amigo, ¿copias?", "¡tipeos!", "¡anillados!","¡Internet!" como parte de la publicidad chicha de este grupo de trabajadores que, sin tener una base de marketing, sabe aprovechar la carencia de una librería dentro de la universidad y apelando al ingenio peruano ha creado su propia fuente de trabajo en una época en la que el desempleo golpea la economía del país.

Entre máquinas fotocopiadoras, columnas de papeles y útiles de escritorio encontramos un sinfín de historias. Sueños, sinsabores, esperanzas, frustraciones y deseos de superación conviven sin saberlo en los puestos de la sexta cuadra del jirón que comparte con la Universidad Federico Villarreal y con sus alumnos que en muchas ocasiones son testigos de las alegrías y tristezas de estos trabajadores. ■

Detrás del servicio

Es un nuevo día para Guadalupe Ramírez. Ella sabe que para llegar a trabajar a las siete de la mañana debe madrugar pues sólo así cumplirá con sus obligaciones caseras. Mientras se alista para llegar al jirón Cañete, piensa en superar los ciento cincuenta soles que ganó ayer.

A sus 25 años, y luego de desempeñarse en diversos empleos, ella empezó a trabajar desde hace cuatro años como fotocopiadora. Con la sonrisa en los labios como fórmula para ver el futuro con optimismo, mira sin preocupación como va creciendo la competencia en los últimos dos años. Pese a la excesiva oferta que hay en su rubro, confía en sus clientes y asegura que prefieren el trato amable y la calidad del servicio que ofrece.
Es por esa eficiencia que ha salido adelante y en este corto tiempo hizo realidad el sueño de la máquina fotocopiadora propia. "Lupe", como la llaman sus amigos, nunca pensó que en casi cuatro años iba a lograr el éxito que su cuñada, quien la llevó a trabajar en este negocio, concretó en ocho años. En su puesto del número 664, también ofrece tipeo a computadora. Este servicio arroja al día un promedio de cuarenta soles que es repartido en partes iguales entre ella y el digitador.

Pero no siempre se gana en este negocio y Lupe lo sabe muy bien. Es por eso que ha aprendido a guardar pan para mayo, o mejor dicho, para la época de vacaciones universitarias. En enero, febrero y marzo, con reducción de personal de por medio, las ventas bajan hasta en un 20 %. Sin embargo, con el inicio de clases empieza la lucha por recuperar el tiempo perdido (léase el dinero perdido) y para tal propósito tienen como aliadas, desde hace un par de años, a las jaladoras.

Daysi es una de ellas y su labor consiste en conseguir la mayor cantidad de clientes durante el día. Tiene 25 años y gracias a un anuncio publicado en el periódico llegó a este trabajo junto con el inicio de las actividades académicas. Su horario es de lunes a viernes de ocho de la mañana a ocho de la noche y los sábados de ocho a cuatro de la tarde por noventa soles mensuales más almuerzos y pasajes.

Como en cualquier empleo, en este también existen jerarquías y son las jaladoras la base de esta peculiar pirámide. Su función solamente es convencer a la gente y llevarla hasta la puerta del puesto. Ellas están prohibidas de entrar a sacar fotocopias ya que hay otro grupo que está encargado de esta función. ■

Realidad Virtual

Dany alquila Internet y es más conocido por la comunidad villarrealina por su oferta de veinte minutos por cincuenta céntimos y por su trato gentil y hasta amical con sus clientes. Sin embargo, dentro de esa persona amable existe un ser arisco e introvertido que conocí en nuestro diálogo.

“Ya no quiero hablar de lo que hago. ¿No vez acaso en que consiste mi trabajo?... la verdad es que no se que más quieres saber”, dijo entre incomodo y nervioso. La conversación continuó. “Trabajo acá hace cuatro meses, me trajo mi cuñado, en el local hay 18 máquinas, me pagan por porcentaje, ¿conforme?, dice mientras come una cachanga*** de un vendedor al paso. Luego cuenta que nunca pensó atender en las cabinas de Internet porque hasta hace muy poco era técnico de computadoras. “Si estoy aquí es porque actualmente no puedo encontrar otro empleo y hoy por hoy no se puede despreciar una oportunidad laboral”, confiesa.

“No me gusta que me pregunten como funciona el negocio. El dueño se puede molestar si doy mucha información”, afirma mientras le preguntan si tiene cabina desocupada. La competencia, es fuerte, a pesar que el servicio es nuevo en este lugar. Es por eso que con sus “tarifas de oferta” como el mismo las califica, busca atraer al público. “Un sol por cuarenta minutos y cincuenta céntimos por veinte minutos es un precio que conviene al estudiante y en general a nosotros también, porque con estos precios los chicos vienen más seguido y la ganancia es casi la misma que cobrar una tarifa como en otros lugares”, asegura.
Las cabinas de internet arrojan un promedio de noventa soles diarios y luego de los respectivos descuentos de luz, agua y local, recibe entre quince y veinte soles por día. ■

Las dos caras de la moneda

En medio de computadoras y máquinas sofisticadas, existe un personaje que, aferrándose a su vieja maquina de escribir, brinda sus servicios de tipeo al mejor estilo de hace un par de décadas. Algunos dicen que todo tiempo pasado fue mejor, y al parecer, Oscar también comparte este pensamiento, ya que al contemplar su vetusta máquina recuerda tiempos mejores que no volverán.

A sus cincuenta años, este profesional de la contabilidad afirma, con una seguridad que estremece, no tener suerte en la vida. “Trabajo acá hace ocho años, pero como está la situación tengo que buscar otros cachuelos**** y puedo ausentarme varias semanas de este lugar” comenta. Con un lenguaje muy rico, añora los años que trabajó en las empresas más conocidas del país, como Graña y Montero, Telefónica o el Banco Continental.

“Si uno es recto y tiene deseos de superación es mal visto, por ser así perdí muchas oportunidades” dice Oscar. Con la mirada fija en la máquina de escribir, como si por medio de ella viera su pasado, afirma que durante su juventud trabajó hasta en compañías de seguridad, donde, al igual que en las labores contables, no tuvo mucha suerte. “Tenia pocos amigos en la empresa de vigilancia. El único que me aconsejaba, que era muy bueno conmigo, murió de un balazo en la cabeza mientras asaltaban un banco” cuenta afligido.

“Siempre quise superarme. Es por eso que cogí la maquina de escribir, ya que tenia que saber redactar para trabajar en Graña y Montero. Luego me gustó, compre libros de redacción, trate de instruirme, pero cuando pensé que podía vivir de esto, me di cuenta que era muy difícil porque ahora todo se hace en computadora. Sin embargo fui a probar suerte por Palacio de Justicia, pero la ganancia muchas veces es desalentadora. El lunes vine y no hice ningún trabajo, ayer sólo gané un sol, y hoy tampoco he tenido que tipear”, dice mientras levanta la mano para saludar a un policía que pasa por la vereda del frente.

Llega el medio día y coge su máquina, su desánimo, sus hojas y decide ir a buscar en el parque Universitario a los clientes que esta vez no encontró en la cuadra seis del jirón Cañete. La conversación concluye, pero el caso de Oscar, que es el caso de muchas personas que no consiguen trabajo por su edad, está presente. Pero, como reza el dicho, mientras hay vida, hay esperanzas. Y son esas esperanzas las que mueven a Matilde, una madre adolescente, a hacer todo lo posible y hasta lo imposible por salir adelante.

Ella tiene 19 años y debido a su embarazo tuvo que abandonar de manera momentánea – como ella misma dice – sus estudios en la CEPREVI***** para jugar a ser madre. Al perder el apoyo de sus padres, su tía fue el único soporte y gracias a ella puede trabajar vendiendo hamburguesas en un carrito sanguchero prestado. Con lo que gana durante la semana al frente de la universidad y los domingos vendiendo ropa en el Mercado Central, busca volver a empezar en la vida. Sabe que el camino no es fácil, pero aun así no se amilana.

Ella, al igual que los universitarios del otro lado de la pista, también quiere ser una profesional y por eso no descansará hasta lograrlo. A pesar de todas las dificultades que atraviesa, sus sueños la mantienen con el optimismo al tope y le dan la fuerza para luchar por lo que quiere.

Quedan pocas hamburguesas y muchos anhelos por cumplir. La noche cae pero las ilusiones de Matilde están de pie. Aun así, el capitulo de hoy ha concluido. Ella guarda sus cosas para regresar a su casa, en San Martín de Porres. Al igual que ella, todos los que de una u otra forma se ganan la vida en la cuadra seis del jirón Cañete se alistan para descansar. La calle queda cada vez más desierta y todo el movimiento del día quedó en el pasado. Cada personaje, es decir, cada historia, deja este mundo para refugiarse en el suyo. Trabajadores y universitarios se vuelven a confundir en el camino de regreso y entre diálogos amicales se escucha una palabra que resume la escena: continuará. ■

Julio de 2003
* Combi. Medio de transporte público urbano informal que usa unidades de poca capacidad de pasajeros, del tamaño de los modelo “combi” de Volkswagen.
** Colectivo. Automóviles antiguos usados como taxis informales en ciertas rutas de Lima.
*** Cachanga. Disco comestible hecho principalmente a base de harina de trigo, una especie de pan casero sin levadura, con agua y alguna variante, frito en aceite o manteca
**** Cachuelo. Trabajo eventual.
***** CEPREVI. Centro Preuniversitario de la Universidad Nacional Federico Villarreal.

sábado, 24 de enero de 2009

Sobre nombres bien peruanos

A Carolina Serrano Bonifaz,
por hacerme creer que tengo
buen sentido del humor.

A diferencia de Hotmail, Jutmeil no es virtual. Cuando Jack Smith y Sabeer Bathia fundaron la archiconocida marca de correo electrónico en 1996, tal vez no imaginaron que a miles de kilómetros al sur de Estados Unidos nacería un niño cuyo nombre sería un calco cacofónico de esta nueva palabrita heredada por la modernidad. Sí, a estas alturas del tercer milenio, existe gente que sabe de Internet tanto como lo que sabía Steven Spielberg del Perú cuando rodó Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal, y que, en un acto de desprecio total al santoral, prefieren llamar a sus vástagos con cualquier palabra de moda o que hayan escuchado antes y les parezca bonita aunque no sepan su significado.

En el verano de 2006, diez años después del lanzamiento de Hotmail, supe de su casi tocayo de carne y hueso: un niño retozón y bullicioso de unos cuatro años que desesperaba a una sala de espera de la Maternidad de Lima. Un amigo que me contó esta historia y que conoció a este celebérrimo infante en el mencionado centro de salud, mostró su embarazoso asombro luego de escuchar como le decía su mamá para que deje de hacer travesuras: Jutmeil, una y otra vez, gritos impacientes que llamaban la atención de los pacientes y los presentes en el lugar.

Señora, ¿Cómo se llama su hijo?, preguntó mi amigo.
Jutmeil, señor, respondió la mujer.
¿Y por qué le ha puesto ese nombre?, continuó.
Bueno, Jutmeil es un nombre extranjero y le dará una buena posición social.

Como prueba final, una tarjeta en la cual figuraban los datos del pequeño. Una vez más, la realidad superó a la ficción, al igual que en el caso de aquella p
areja mexicana que luego de conocerse por Internet, llevar una idílica relación a distancia y consolidad su amor con un tórrido encuentro cercano, tuvieron un hijo al cual llamaron Yahoo, en honor a esta conocida empresa de webmail que les sirvió como moderno cupido de la era digital.

¿Será justo que las pasiones efímeras de algunos padres queden perennizadas en innombrables nombres de hombres y mujeres? Según una nota del diario “El Clarín” publicada en setiembre de 2007, en el Perú existe una chica llamada “Madeinusa” y tres hermanos, hijos del andinista Carlos Zárate, llamados “Misti”, “Chachani” y “Pichu Pichu”. Famosa también es “Neurona H2O”, hija del extravagante Mario Poggi. Lugares, cosas, plantas, animales, en fin, todos los vocablos de todos los idiomas conocidos e imaginarios pueden ser útiles para usarlos como nombres en nuestro país. Nada se salva. ■

Señora Perú

La patria vive, nació hace 39 años, no fue reina de belleza, pero merece más que nadie el título de Señora Perú. Se hizo conocida en 2006 durante los comicios municipales al postular a la alcaldía de La Molina por Restauración Nacional gracias a su homonimia con la tierra de nuestros antepasados. Perú Inga Zapata, sin embargo, no alcanzó el sillón edil de este distrito limeño, pero su paso por la política no pasó desapercibido: Perú es abogada, educadora, llevó un post grado en Desarrollo y Defensa Nacional en el Centro de Altos Estudios Nacionales (CAEN), estudió sociología en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, es catedrática de derecho en diversas universidades, domina el inglés y el francés y forma parte del estudio jurídico Inga Garay Abogados.

Su padre, que fue quien eligió el nombre, merece una doble mención. Primero, por continuar con la tradición familiar (él también se llama Perú) y, segundo; por imponer el nombre del país como una opción unisex para cualquier recién nacido si es que no le agrada ninguna de las más de 350 ofertas del santoral católico. Todo un ejemplo para los peruanos que no se conforman con un nombre común.

En el Perú, país de los Perú y de veintiocho millones de per
sonas, todos hemos conocido o por lo menos escuchado de alguien con un nombre singular. Tengo amigos que se llaman Enoc, Pool, River, Factor, y en el colegio de mis sobrinos hay dos madres que se llaman Aeropajita y Etelvina. En la guía telefónica figuran, con el apellido Abad, Baldramina, Basílica, Equicio, Floresmilo, Fredesvinda, Práxedes, Tritenio; con el apellido Abanto, Escolástico, Filadelfo, Gosvinda,; con el apellido Tello, Colett, Cigri y Eisntein; además de Nicerata y Nicerato Roque, Eriotilde Abao, Asunciona Abendaño, Hulcemer Abril, Hober Cóndor, Neofita y Nerigalindo Huamán, Spirindón Kalinicos, Shariot Jorge, Telésforo Jiménez, Arequipo Requena, Basa Rengifo, Mermenciano Peralta, Crecencia Pedrato, Hilcias Pator, Esiderio Maguiña, Bicail Luyo, Bahille Leguía, Miguey Laura y otros indescifrables nombres camuflados entre páginas blancas.

En un foro en Internet sobre este tema, hubo gente que afirmó conocer a Adnivar Velásquez, Edmundo Zuriel Baca, Blanca Nieves Rosas Gálvez, Bremilda Culqui Cóndor, Geyson Monocruto, Anacario Arcadio, Jhannot Natividad Jaime Larrañaga, Hermelinda Delgado, Degollación Andres Páucar, Cuarisun Ortega Ramírez, Vernafita Checan Culqui, Silver Quispe y a otros compatriotas de los cuales, por una u otra razón, no tenemos rastros de sus apellidos. La lista no termina aquí, si pensó haberlo leido todo.

En algún lugar de nuestro país, viven, según las personas que participaron en el foro, Porcolio, Solanger, Jussara, Vida, Arsenio, Eutropia, Tolima, Rósulo, Edger, Niclaus, Prisket, Circuncisión, Pancracio, Sandalio, Vagino, Canción Cajaleón, Rimane, Exaltación, Cloroaldo, Tessifón, Madalina, Lindomira, Lastenia, Roquelia, Galaxia, Estretoscopio, Teodolito, Karina Cesárea, Lluyin, Janalassia, Anyulia, Santia, Arles, Mangannolia, Jonopher, Emérita, Orfelinda, Leovigildo, Séfora, Limbania, Tessy Radsell, Viviano, Aceituno, Vitelio, Thamer, Randan, Perfila, José Hitler, Pánfilo, Reintegro, Lesbi, Espíritu, Temporiza, Pietrofilio, Katrina, Katlin, Manuseto, Senen, Yutsabet, Fluskaya, Zeberrín, Adriel, Fredesminda y Heimmo. Y pensar que según los antiguos hebreos el nombre era la expresión de la personalidad. ■

En nombre de la prosa

Cuando Joan Manuel Serrat dijo “Mirándose feliz al espejo, palpándose el perfil y trenzando mil nombres en dos sexos” quizás no sospechó de la hemorragia creativa de algunos peruanos al momento de decidir cómo llamar a sus hijos. Pero ¿Por qué nuestro Registro Civil se ha convertido en la pista de aterrizaje de las más voladas ocurrencias de algunos progenitores? La primera razón, en sociedades en Estado de Derecho como la nuestra, es la falta de legislación en este campo. En el vecindario sudamericano, la ley argentina establece ciertas pautas a seguir para inscribir a un recién nacido, entre las cuales se incluye una lista oficial de nombres autorizados que excepcionalmente se puede desacatar cuando se trata de nombres de origen local.

De acuerdo a la norma que rige en la ciudad de Buenos Aires, “El derecho de elegir el nombre de pila se ejercerá libremente, con la salvedad de que no podrán inscribirse: 1) Los nombres que sean extravagantes, ridículos, contrarios a nuestras costumbres, que expresen o signifiquen tendencias políticas o ideológicas, o que susciten equívocos respecto del sexo de la persona quien se impone. En caso de los nombres que puedan resultar confusos… son admitidos si se acompañan con otro nombre que defina, por ejemplo María, María José (femenino), José María (masculino)”.

Otra causa de la existencia de estos anecdóticos nombres es el frenético hábito de evocar personajes anglosajones en un país cuyos idiomas oficiales son el castellano, el quechua, el aymara y otras lenguas nativas del ande y la amazonía. El resultado, casos como los incluidos en un foro virtual: Jean François Mamani, Sheyla Sharon Stacy o Cristofer Mailof, en evidente alusión a Christopher my love. Como práctica antagónica, tenemos algunos nombres autóctonos como Ollanta, Pachaycoster, Atahualpa o Naylamp.

A lo mencionado, se suman las conjunciones de nombres y apellidos que forman frases que superan a cualquier sobrenombre, apodo, seudónimo, alias o broma. En las páginas blancas conviven en armonía “Guerra Paz, Alicia” y “Zoila Baca Alegría”. En una página web, Willy Linares nos cuenta de su amigo “Larry Concha Álvarez” y en el mismo espacio figuran “Arturo Malca Chao” y Pedro Inga, cuyo correo corporativo de su centro de labores es
pinga@nombredelaempresa.com

Con el paso de los años y debido a la ineludible globalización, se ha perdido la tradición de bautizar a quienes llegan al mundo con el nombre asignado por el santoral, nómina en la que se menciona a la mayoría de santos conocidos. De acuerdo a esta lista, si se lleva el nombre asignado al día del nacimiento, se tendrá cumpleaños y santo – conceptos muy confundidos en la actualidad – en una misma fecha. De lo contrario, se hablará de una doble celebración: el aniversario del natalicio y, el del santo del cual adoptamos el nombre, conmemoración que también se conoce como onomástico (Del griego ὀνομαστικός. Perteneciente o relativo a los nombres, y especialmente a los nombres propios – Diccionario de la RAE, Vigésima segunda edición).

Entre todos los santos, también encontramos algunos que llaman la atención: Agatón (10 de enero), Agueda (5 de febrero), Aquilino (4 de febrero), Axel (21 de agosto), Cayo (10 de marzo), Consolación (4 de setiembre), Coral (8 de setiembre), Crispín (19 de noviembre), Dalmacio (5 de diciembre), Deodato (8 de noviembre), Deogracias (22 de marzo), Engracia (26 de abril), Eutimio (11 de marzo), Eufemia (20 de marzo), Frutos (25 de octubre), Ivo (19 de mayo), Kilian (8 de junio y 13 de noviembre), Nereo (12 de mayo), Nicasio (14 de diciembre), Olegario (6 de marzo), Orior (23 de marzo), Pacomio (9 de abril), Quirino (30 de marzo), Ragüel (25 de setiembre), Serapión (14 de noviembre), Sotera (10 de febrero) y Yago (27 de setiembre).

Me llamo Leonardo Martín, soy tocayo de un artista y de un santo. Mi cumpleaños es en julio, pero mis santos son en noviembre, exactamente nueve meses antes de llegar a este mundo. Tengo tres fechas que recordar, muchos amigos que no tienen santo, otros que conocí junto con sus nombres y muchas personas que desconozco aun y ni imagino cómo se llaman porque las ciencias ocultas de vislumbrar nombres tienen al infinito como punto final. ■

domingo, 2 de noviembre de 2008

La inolvidable melodía de la felicidad

Corría el año 1966:
se estrenaban las series de televisión Bonanza, Hechizada, Batman y Los Picapiedra,
Raphael debutaba en el cine con la película “Cuando tú no estás”
y en las radios sonaban Los Doltons con “El último beso”.

I

Que el tiempo sea la unidad de medida de la música no es una casualidad. Que la música sea un pretexto involuntario para evocar momentos, tampoco lo es. Él (tiempo) la acompaña en cada nota para disfrutar de su belleza: puede ser blanca, negra o redonda, como la vida; y nace, muere y vuelve a nacer al escucharla. Ella (música) existe cada vez que él la necesita y sigue sus pasos en búsqueda de la armonía. Ambos, música y tiempo, viven un idilio que tiene como testigo a la eternidad.


Desde que se inició este romance, la humanidad ha tenido una canción para cada paso de su interminable camino hacia la inmortalidad; pero con el pasar de los años, el hombre quiso girar más rápido que su propio mundo y su vertiginoso rodar provocó que confunda el significado de algunas palabras: es así que memoria (la del siglo XXI) es un dispositivo capaz de almacenar más información de la que uno puede recordar; mientras que música – o lo que es presentada como tal – hoy es asociada con el arte de vender CDs.

En este tiempo, en el que a todos les falta tiempo, la radio se ha convertido en el refugio de discos de vinilo, long plays y discos de carbón y otras joyas de la historia de la discografía que se han escondido en dos emisoras limeñas para exhibirse las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana durante todo el año, con la misma vigencia y frescura de sus ya lejanos estrenos.


Cuando suenan estas canciones (que son lo más parecido al lenguaje del pasado) se extiende un eco que forma un puente entre los artistas en blanco y negro y su público a todo color. En ese diálogo, los radioescuchas obtienen la sabiduría necesaria para pasear por las antípodas del presente: cada balada, bolero, ranchera, vals y tema de la nueva ola, representa un paradero de felicidad en la ruta de su existencia.

Durante cada minuto de sus canciones favoritas, vuelven a ser niños, jóvenes, nietos, hijos, padres; recuerdan risas, llantos, amores, desamores, triunfos, derrotas, vidas, muertes, días, noches, veranos, inviernos, otoños y primaveras y un sin número de experiencias que, gracias a la música, salieron del anonimato para convertirse en perennes lecciones para las nuevas generaciones. ■





II


Corría el año 1975:

nadie se perdía un capítulo de “El hombre nuclear”,

en lo cines se formaban colas para ver el estreno de la película “Tiburón”,
Perú se consagraba campeón sudamericano de fútbol con un golazo del “CholoSotily en las radios sonaba Salvatore Adamo con “Es mi vida”.


Si tuviera que definir a lo que se conoce como “música del recuerdo” en una sola palabra afirmaría sin pensarlo dos veces que son clásicos, con el mayor de los respetos por todos los académicos de la música y la gente que pueda opinar lo contrario. Estoy convencido que la intemporalidad es el único requisito para obtener esa denominación a nivel artístico. Creo que esa razón también explica porqué estas canciones tienen igual o más adeptos de base dos y tres, echando por tierra la lógica del show bussines musical, en la que el reggaeton debería ser el único ritmo de moda en nuestras épocas.

Quienes promovieron esta etapa de la música popular (compositores, intérpretes, músicos, empresarios, etc.) tal vez no imaginaron que serían recordados en el tercer milenio o que, con el pasar de las décadas, alcanzarían niveles de maestros para las nuevas hornadas de cantantes. Es el caso de Salvatore Adamo, voz referencial para Jorge González (vocalista de “Los Prisioneros”, la banda más importante del rock chileno) y Daniel F, uno de los rockeros más reconocidos de la escena local. Ambos han expresado en su momento su abierta admiración por este cantante ítalo-belga nacido en 1943 cuyas interpretaciones en castellano tienen un fraseo y calidad vocal ausente en la mayoría de cantantes de habla hispana del momen
to. Lo mismo ocurre con Raphael, Camilo Sesto, Roberto Carlos, Tormenta, Rocío Durcal, Rocío Jurado y otros artistas que se han convertido en verdaderos íconos con el pasar de los años.

Sin embargo, creo que además de todos ellos hubieron otros cantantes que si eran conscientes del importante aporte de su obra y por eso dieron lo mejor de si antes de sus tempranas muertes físicas. Tal vez Nino Bravo sería el más indicado para responder semejante pregunta. Desde su fallecimiento en 1973 – cuando apenas tenía 28 años – hasta la fecha, su fama fue creciendo y su fuerza interpretativa no ha pasado de moda, llegando a tener una legión de seguidores e imitadores que veneran ese estilo que sobrevivió a la década del setenta.

Dentro de este grupo de estrellas que nacieron para no morir también encontramos algunos grupos peruanos: Los Belkings (mejor conjunto instrumental latinoamericano y tercero mejor del mundo), Los Pasteles Verdes, de gran influencia en nuestro país y México; y Los Doltons, conjunto que ganó varios premios y una calificación de la revista Billboard como mejor
agrupación latina de 1967. Temas como “El último beso”, “Recuerdos de una noche” o el instrumental “Balada para jóvenes enamorados”, bien podrían musicalizar una historia de amor en estos tiempos de sintetizadores, mp3 y melodías perecibles.

Canciones van, canciones vienen, mientras recuerdo todo lo que he vivido y lo que no he vivido. Olvidé a muchos otros grupos y artistas por falta de espacio y experiencia como conocedor de esta música, pero sé que cada uno de ellos tiene un lugar privilegiado para quienes los seguimos a diario en la radio, porque, gracias a su arte, nos ayudan a creer que nuestras vidas pueden sacarle la vuelta al tiempo y al espacio. ■

domingo, 12 de octubre de 2008

Humor eterno

Las agujas del reloj me recuerdan lo rápido que pasa la vida. Sus infinitas vueltas me marean tanto que a veces deambulo entre mi sencilla infancia y mi incierto presente. El tiempo pasa y la gente posa y los años pesan. Y doy pasos hacia el pasado para recoger los consejos que los adultos ahora ya no me dicen porque creen que soy grande. Pero yo no quiero serlo y renuncio a mi edad, a mi trabajo y su sueldo, a mis ideologías, a mi traje formal y a mi televisor a color. Y busco en el antiguo Sony blanco y negro al primer sabio que conocí cuando tenía cinco años con la misma devoción del discípulo de algún filósofo griego. Él estaba allí, pero también en los últimos modelos de pantalla plana y control remoto, en un sinnúmero de DVD, en el diccionario de la RAE y en el corazón de millones de personas. Me trata como niño y soy feliz.

Los que miden el tiempo y el espacio dicen que nació en la Ciudad de México el 21 de febrero de 1929. Pero para el resto del mundo, este personaje es tan universal como eterno y tan gracioso como satírico. Su vida, de la cual se ha dicho tanto, es su mayor obra de arte. A Elsa Bolaños, la secretaria bilingüe que se negó a abortar, le debemos el mito latinoamericano más grande de la pantalla chica. A Francisco Gómez Linares, famoso retratista azteca del siglo XX, le agradecemos su influencia para caricaturizar al género humano. A Agustín Delgado, director cinematográfico de las décadas del 50 y 60, le reconocemos esa profética comparación con William Shakespeare (o Güiliam Chekspir, como lo llamamos los hispanohablantes).


Antes de ser , coqueteó con el boxeo y la ingeniería. Romances efímeros que dejó por la belleza de las letras. Así, desde 1950 fue guionista para diversos espacios de radio, televisión y cine. Su talento no tardó en ser reconocido por la audiencia de la Cadena Telesistema que no se perdía ningún capítulo de los programas “Cómicos y Canciones” y “El estudio de Pedro Vargas”, éxitos de la pluma de Gómez Bolaños entre 1960 y 1965. Viruta, Capulina y Cantinflas también deleitaban a Latinoamérica gracias a los libretos de este gigante de un metro sesenta. Sus creaciones cada vez eran mejores porque, a diferencia de los que escriben para vivir, él vivía para escribir. Por ello, en 1968, la novel Televisión Independiente de México le da la oportunidad de plasmar su obra más allá del papel.


La media hora semanal de “El ciudadano Gómez” y “Los súper genios de la mesa cuadrada” (programa donde apareció el ), fue el boceto del universo en el cual, años después, diera vida a “ ” (1970), un niño en el cuerpo de un héroe; y “ ” (1971), un héroe en el cuerpo de un niño. Y fueron tan perfectos que se diferenciaron de todo lo antes creado: se le dio un espacio televisivo a cada uno de ellos en horario estelar y fueron difundidos desde México hasta la Patagonia. La estrella colorada, cuyos superpoderes eran unas antenitas de vinil, un chipote chillón, unas pastillas de chiquitolina y una chicharra paralizadora, unió a toda Latinoamérica a vista e impaciencia de los diablos verdes, rojos y rayados que por entonces luchaban por dominar el mundo.

Por su parte, aquel niño cuyo nombre quisiera enterarme, sucio de apariencia y limpio de corazón, empezó a hablar en el idioma de Shakespeare, de Dante Aliguieri, de Tolstoy, de Goethe y de Saramago. Con él, los asiáticos estaban chinos de la risa. Y habitó favelas, Villas Miseria y Asentamientos Humanos. Convirtió al mundo, lleno de ricos y pobres, en una vecindad que reía, a la misma hora y por el mismo canal, olvidándose por un momento de sus diferencias y preocupaciones.
A finales de la década de los 70, él y su elenco visitaron Sudamérica. Llenaron el Estadio Nacional de Santiago como si fueran once futbolistas liderados por Iván Zamorano, desbordaron las graderías del Luna Park sin las poses excéntricas de Charly García e hicieron de Lima una procesión en un mes que no fue octubre. En 1983, su espectáculo llenó dos veces el Madison Square Garden de Nueva York. El estilo humorístico de Chespirito siguió creciendo y el genio continuó creando nuevos personajes: El Chómpiras (1973), Chaparrón Bonaparte y Vicente Chambón (ambos en 1980).

Bajo la batuta de Roberto Gómez Bolaños, Florinda Meza, María Antonieta de las Nieves, Carlos Villagrán, Ramón Valdez, Edgar Vivar, Angelines Fernández, Horacio Gómez y Raúl “Chato” Padilla se convirtieron en íconos de la comicidad mundial. La vecindad son ellos y sólo ellos. Así lo entienden los abuelos, los padres, los hijos y los nietos de todo el mundo. Su versatilidad que los mantiene en vigencia los llevó a la pantalla grande con las películas “ ” (1979), “El Chanfle 2” (1982) y “El Charrito” (1984).

Pero el mundo no dejó de girar y el genio no paró de crear. En 1992 montó la obra “11 y 12”, la comedia con mayor número de presentaciones en la historia del teatro mexicano. También a publicado los libros “Poemas y un poco más” (2003), “ ” (2005) y “Sin querer queriendo” (2006).

Con 79 años, dice que se retira de los espectáculos en público. Ha escogido al Perú para empezar su despedida, pero no creo que le alcance el tiempo para recibir todo el afecto de sus admiradores. Llegó en julio para adelantar la fiesta de la patria, para ser condecorado en el Congreso y para hacer reír abiertamente a un alcalde que está siempre con la boca cerrada. A casi un año del devastador terremoto, su presencia es todo un cataclismo que hace vibrar a todos sus seguidores desde Tumbes hasta Tacna. Muchos de ellos, sujetos tan humildes como el Chavo que quizás él nunca llegue a conocer, pero que le demuestran su cariño en las calles, en los exteriores del hotel y en los lugares donde se presenta con la única intención de darle las gracias. Palabra que todos quisiéramos decirle frente a frente y que me empujó a escribir estos párrafos.
Al Chavo del 8 le debo no tener vergüenza de la pobreza, saber ayudar al prójimo así no tenga una moneda en el bolsillo, convivir en armonía con gente que es (o cree ser) más acomodada, valorar la amistad, ver la vida con optimismo aún en las circunstancias más adversas y asumir la orfandad con humor.

Al Chapulín Colorado le debo mis acciones más heroicas cuando nadie apostaba por mí y a entender que “los superpoderes no hacen al héroe”. También a comprender que el miedo, síntoma que el común de la gente mira como debilidad, puede ser una fortaleza en la medida que se pueda controlar en situaciones extremas.

A le agradezco que me haya demostrado que el mundo sin locura sería más aburrido. También a creer y admirar a mis amigos, aunque todos crean que estamos fuera de nuestros cabales. Al lo recuerdo cada vez que necesito creer que la vida siempre te da otra oportunidad, igual que al ratero de poca monta que fue reinsertado en la sociedad.


A Chespirito le debo reírme junto a mi padre durante las pocas horas que estábamos juntos en casa. A ver feliz a mamá pese a estar muy enferma. También me enseñó a terminar rápido mis tareas escolares para que pueda ver su programa. Hacía de las derrotas de Alianza Lima en los clásicos menos tortuosas y me ha ayudado a hablar (y por ende a escribir) respetando al castellano. Con él la vida duele menos y el mundo no pesa tanto. Dividió mi existencia – y la del humor latinoamericano y mundial – en dos etapas: aCH y dCH. Y tal como sucede en algunas narraciones divinas, Chespirito parece tener el inevitable destino de la eternidad. ■

El día que sí se pudo

La fiesta es el viernes. El lugar; el “Estadio Perú”, ese recinto imaginario que en esta ocasión se encuentra en el Monumental de Arequipa y extiende sus graderías hasta el Cusco, Lima y todo el territorio nacional. La hora: siete y diez de la noche; hasta las últimas consecuencias, como buenos peruanos. Todos están invitados: hombres, mujeres y niños, sin importar su origen, creencias, condición económica o social.

Ni los problemas del país ni las preocupaciones de cada uno de los veintisiete millones de peruanos son impedimento para acudir a esta tan esperada y necesaria cita con la felicidad. Hoy, 19 de diciembre de 2003, un pueblo sediento de triunfos se prepara para cambiar su historia. Una vez más el deporte, con esas virtudes que posee y que tanta falta les hace a quienes dirigen el destino de la patria, es capaz de devolverle la alegría a la gente.

Y por esas cosas de la vida, el deporte es también capaz de depositar a toda la marea roja en las tierras de la ciudad blanca para teñir a la afición con los colores del Perú. El rojo, nunca tan nuestro como hoy, inunda este querido país, nuestro país, hasta desbordarse sobre los dominios de los vencedores. Los colores del , los colores del Perú, pintan esta noche el triunfo de la humildad y la perseverancia frente a la adversidad.

era un equipo humilde, pero ahora yo lo digo, se ha transformado en un gigante de América”, expresa el periodista argentino , minutos antes del partido, como un vaticinio de lo que se viviría después. Los once que saldrán a la cancha, el plantel entero, la directiva cusqueña, los cuarenta y tres mil de la tribuna, los millones de peruanos y todos los extranjeros que se contagiaron con la fiebre roja solo esperaban el pitazo inicial. ■

La final




Un país paralizado sigue en casas, tiendas, bares, clubes, cines, calles y todo lugar donde hay un televisor o una radio, los pormenores del partido más esperado por todos los peruanos. En el estadio, los hinchas se ponen de pie para recibir a los protagonistas de la final de la . En la cancha, todo está listo para que la pelota empiece a rodar. Frente a frente, en una versión moderna de David y Goliat, un desconocido equipo provinciano desafía al archi favorito de Argentina.


Era la oportunidad de demostrarle a todo el mundo que ni el rival más pintado ni la situación más adversa pueden quitarnos la esperanza. La noche perfecta para que los once jugadores el Cienciano le digan al Perú que el paso más importante para realizar nuestros sueños es creer en uno mismo. La hora indicada para ganar no sólo un campeonato, sino una lección de vida.

El cuadro imperial, con esa grandeza heredada de sus antepasados, asumió el reto de ganar, contra todo, sin pensarlo dos veces. Sabían que el River Plate no era su único rival. Para campeonar, tenían que devolverle la confianza a un pueblo que se acostumbró a ser segundón eterno. Tenían que borrar de la mente de cada peruano la idea de que le falta esa cuota de fortaleza para subir a lo más alto del podio.

Además, el Cienciano tuvo que enfrentar un descarado manejo dirigencial a favor del cuadro argentino. La injusticia digitada desde las oficinas de la Confederación Sudamericana de Fútbol desterró a los incas del Cusco para mermar sus posibilidades de triunfo. Pero sólo lograron que Cusco y Arequipa dejen a un lado su vieja rivalidad y se unan, al igual que todos los peruanos, para alentar al equipo rojo. La ciudad blanca se convirtió en el ombligo del fútbol y todos los ojos de América estaban puestos sobre ella.

Así, con el camino cuesta arriba, los chicos del Cienciano enfrentaron de igual a igual a un equipo argentino que planificó todo para robarle la alegría a la afición peruana. La meta del cuadro “millonario” era beber una copa ajena. Pero no lo consiguió. Y no lo consiguió porque a lo largo de todo el torneo ningún equipo hizo más méritos que el cusqueño para alzarse con el título. Y sobre todo, no lo consiguió porque nadie puede revertir la justicia divina: aquella que escuchó el pedido de un pueblo al Señor de los Temblores y la Virgen de Chapi, y entendió que el River Plate no podía ser campeón con tanta ayuda.

Ni siquiera el uruguayo Gustavo Méndez, árbitro y último as bajo la manga de los rioplatenses cuando corrían los minutos del partido, pudo cambiar la historia. Sus desacertados fallos desde los primeros instantes del cotejo inclinaron la cancha a favor de los argentinos de una forma escandalosa. Sin embargo, esto sirvió para poner a prueba el arma más poderosa de la oncena incaica: su fuerza de voluntad, aquella virtud que derrocha este Cienciano y que lo hace diferente al resto.

El tiempo transcurría y la desesperación de un River que vino a ganar cueste lo que costase aumentaba. Los rojos, en cambio, hacían gala de su orden y concentración. Ni los inventados cobros en contra, ni las faltas argentinas no sancionadas, ni las cartulinas amarillas, ni la tarjeta roja a Juan Carlos La Rosa fueron suficientes para que los jugadores del Cienciano pierdan la calma.

Cuando los argentinos y sus aliados extradeportivos tenían a los cusqueños contra las cuerdas, cuando toda la afición empezaba a lamentarse de sentirse campeón antes de tiempo, cuando todos se miraban a los ojos pensando que la historia se repetiría, el equipo cusqueño se hizo más fuerte. Y no le importó que la presión del rival y del público aumente minuto a minuto. Muy por el contrario, esto sirvió para luchar con mayor coraje.

Con su entrega en el campo de juego, los jugadores del Cienciano nos pedían sin palabras que siguiéramos su ejemplo de unidad inquebrantable para conseguir la victoria. Esto fue interpretado de manera instantánea por todos los peruanos que, a esas alturas, ya creían que la felicidad no es cuestión de nacionalidad o bandera.

En ese momento, el más difícil, el más crucial, los corazones de todos los hijos de este maravilloso Perú creyeron por primera vez que la historia tendría un final feliz. En las tribunas, casi por instinto, una frase que resumía lo vivido salía del alma de los hinchas y brotaba de sus labios una y otra vez. ¡Sí se puede!, ¡sí se puede!, ¡sí se puede!, fue la respuesta de un país que se dio cuenta que querer, pero sobre todo creer, es poder.

A partir de ese momento, se logró el campeonato. Pese a que el marcador seguía en blanco, el Cienciano consiguió voltearle el partido a un River Plate que, antes de jugar, ya ganaba. Los rioplatenses, en poco más de una hora, recibieron toda la presión que el equipo rojo cargó en estos cuatro meses de Copa Sudamericana. Y no lo soportaron.

Por eso, a pesar de tener el arbitraje a favor, buscaron consumir los pocos minutos que quedaban del partido para que, apelando a su suerte de campeón, consigan en la ronda de penales lo que no pudieron durante noventa minutos. Sin embargo, esta vieja estrategia, al igual que todas las anteriores, tampoco sirvió.

A once minutos del final, el árbitro sanciona uno de los pocos tiros libres a favor del equipo cusqueño en todo el partido. Su cronometro marca los treinta y cuatro minutos de un segundo tiempo jugado a todo vapor. Frente al balón, un flacuchento paraguayo de un metro ochenta y cuatro se prepara para disparar. En las tribunas de occidente, oriente, norte, sur y en todo el Perú, se escuchaba un ensordecedor ¡sí se puede!.


Carlos Lugo, aquel guaraní adoptado por el equipo de los incas, se aproxima con pasos cortos a ejecutar la falta. Con él, cada peruano, muy a su estilo, imagina anotar el gol más importante del fútbol nacional. Así, en un abrir y cerrar de ojos, la pierna derecha del paraguayo impulsa el balón con la fuerza donada por todos los habitantes de esta tierra hasta el fondo del arco del argentino Constanzo.

El “sí se puede” en ese momento dejó de ser un lema para convertirse en una realidad. La felicidad se hizo eterna en todos los rincones donde se gritó gol, esa palabra bendita contenida en las gargantas de la afición durante toda una vida. El festejo de once jugadores iniciaba una nueva historia. Cienciano, hoy más que nunca el equipo de todos, escribía sus más hermosas letras en el libro del presente.

Y si bien es cierto que faltaban algunos minutos para el final del encuentro, todo ya estaba consumado. Ni la inferioridad numérica de los rojos por la expulsión de Julio García, ni los cinco minutos adicionados por el árbitro, ni la lluvia de pelotazos al arco de Oscar Ibáñez, nada podía cambiar el destino de un equipo que luchó dentro y fuera de la cancha para demostrar que, con humildad y entrega todo es posible. ■

Las celebraciones


El silbatazo final del árbitro decretó el inicio de la celebración más importante de la historia deportiva del Perú. Grandes caravanas se volcaron a las calles de todo el país a festejar la hazaña de los jugadores cusqueños. El inca que todos llevamos dentro despertó de manera inconsciente en cada uno de los peruanos que hoy, más que nunca, se sienten orgullosos de ser descendientes de esta gran cultura.

En el estadio Monumental de Arequipa, en las plazas de la ciudad Blanca, en el Cusco, en Lima y en todos los departamentos del país, un nación agradece a Dios, al fútbol y al plantel del Cienciano por regalarnos, más que una página de gloria, una alegría en medio de tantos problemas.

Gracias Dios mío por reproducir este sentimiento de victoria en los corazones de todos los peruanos. Gracias Señor, por darnos la fuerza para no declinar en los momentos más difíciles. Gracias, también, por poner el parante del arco en el camino del único tiro que pudo concluir en el gol del empate.


Gracias fútbol, por ser el único vehículo capaz de hacer que todos los peruanos se unan y empiecen a soñar juntos. Gracias Cienciano, por devolverle el oro al imperio de los incas. Aunque solo tenga el tamaño de una medalla que cuelga en el pecho de los campeones, este metal representa, mejor que cualquier otra cosa, el triunfo de esta noche.

Gracias , , Alessandro Morán, Santiago Acasiete, Giuliano Portilla, Juan Carlos Bazalar, Juan Carlos La Rosa, Paolo Maldonado, Julio García, Rodrigo Saraz, , César Ccahuantico, Martín García, Miguel Llanos, y todos los que hicieron posible esta fiesta nacional. Gracias por abrir el camino del triunfo para los peruanos. Y sobre todo, gracias por devolvernos la fe. ■